LOS GRANDES INICIADOS

Los Grandes Iniciados  de Edouard Schiré    (jan)

Pensamientos relacionados con la vida pública de Jesús p.430 ss

Los evangelistas

En sus relatos (de los evangelistas) hay divergencias, contradicciones, suturas. La leyenda, recubriendo o exagerando ciertos misterios, reaparece aún, aquí o allá. Pero se desprende del conjunto tal unidad de pensamiento y acción, un carácter tan poderoso y original, que invenciblemente nos sentimos en presencia de la realidad, de la vida.
 
Hechos clave: cena, proceso, resurrección

El autor ofrece concentrar los rayos de la tradición esotérica sobre tres hechos con que concluyó la vida de Jesús, porque si se hace luz en estos puntos resplandecerá hacia atrás sobre toda la carrera de Jesús y hacia adelante sobre toda la historia del cristianismo: i. santa cena ii. el proceso del Mesías y iii. la resurrección.

Perfil de Pedro y Juan

Pedro y Juan (en el grupo) se destacan en primer plano y dominan a los 12 desde lo alto como las 2 figuras principales. Pedro corazón recto y simple, espíritu ingenuo y limitado, tan dispuesto para la esperanza como para el desaliento, pero hombre de acción capaz de conducir a los otros por su carácter enérgico y su fe absoluta. Juan, naturaleza ensimismada y profunda, con un entusiasmo tan hirviente que Jesús lo llamó hijo del trueno; espíritu instintivo, además: alma ardiente casi siempre concentrada sobre sí mismo, habitualmente soñadora y triste, con estallidos formidables, furores apocalípticos, pero también con profundas ternuras que los demás son incapaces de sospechar, que solo el maestro ha visto. Solo él, el silencioso, el contemplativo, comprenderá su pensamiento íntimo. Será el evangelista del amor y de la inteligencia divina, el apóstol esotérico por excelencia.

Las mujeres

En el cortejo de Jesús las mujeres ocupan un lugar aparte. Madres o hermanas de discípulos, tímidas vírgenes o pecadoras arrepentidas, lo rodean en todas partes. Atentas, fieles, apasionadas, expanden a su paso, como una estela de amor, su eterno perfume de tristeza y esperanza. A ellas no necesita demostrarles que es el Mesías. Les basta con verle. La extraña felicidad que emana de su atmósfera, mezclada a la nota de un sufrimiento divino e inexpresado que resuena en el fondo de su ser, las persuade de que él es el Hijo de Dios. Desde el comienzo Jesús había ahogado en sí mismo el grito de la carne; había domado el poder de los sentidos durante su permanencia entre los esenios. Mediante ellos había conquistado el imperio de las almas y el divino poder de perdonar, esa voluptuosidad de los ángeles. Dice a la pecadora que se arrastra a sus pies, entre la oleada de sus cabellos esparcidos y de su bálsamo derramado: mucho le será perdonado porque mucho amó. Frase sublime que contiene toda una redención, porque quien perdona, libera.

Cap.VI: Jerusalén, la Promesa, la Cena, el Proceso, Muerte y Resurrección

La cena: simbolismo

Al legar los símbolos de la cena a los apóstoles (comunión de pan y comunión de vino), Jesús amplió estos símbolos, porque a través de ellos extiende la fraternidad y la iniciación, antes limitada a algunos, a la humanidad entera. Les agregó el más profundo de los misterios, la mayor de las fuerzas: su sacrificio. De ellos hizo la cadena de amor invisible, pero indestructible entre él y los suyos. Ella daría a su alma sacrificada, un poder divino sobre sus corazones y sobre el de todos los hombres. Esa copa de verdad llegada desde el fondo de las edades proféticas, ese cáliz de oro de la iniciación que el anciano esenio le presentara mientras lo llamaba profeta, ese cáliz del amor celestial que los hijos de Dios le ofrecieran en el transporte del más elevado éxtasis, esa copa en que ahora veía relucir su propia sangre, la tiende a sus discípulos bien amados con la inefable ternura del adiós supremo.

Pasión de Cristo

El drama de la pasión contribuyó poderosamente a constituir el cristianismo. Ha arrancado lágrimas a todos los hombres que tienen corazón, y convertido a millares de almas.
 
Resurrección de Jesús

Tales son los hechos referidos por el Nuevo Testamento. Por mucho que se haga para reducirlos al mínimo y cualquiera que sea la idea religiosa o filosófica que se les asigne, es imposible hacerlos pasar por puras leyendas y negarles el valor de un testimonio auténtico en cuanto a lo esencial.
 
Ataques contra los testimonios

Hace 18 siglos que las olas de la duda o los ataques abiertos sacuden la roca de esos testimonios; desde hace 100 años la crítica se ha encarnizado con todas sus armas. Ha podido abrirle brechas en ciertos lugares, pero no moverla de sitio. ¿Qué hay detrás de las visiones de los apóstoles? Los teólogos primarios, los exegetas de la letra y los sabios agnósticos podrán disputar sobre ello hasta el infinito y batirse en la oscuridad; no se convertirán unos a oros y razonarán en el vacío hasta que la teosofía, que es la ciencia del Espíritu no les haya ampliado sus concepciones y hasta que una sicología experimental superior, que es el arte de descubrir el alma, no les haya abierto los ojos.

La historia de los hechos

Pero para no colocarnos aquí sino en el simple punto de vista del historiador concienzudo, es decir, de la autenticidad de estos hechos síquicos, hay una cosa de la que no puede dudarse: que los apóstoles hayan tenido esas apariciones y que su fe en la resurrección de Cristo, haya sido inquebrantable. Si se rechazan los relatos de Juan porque recibieron su redacción definitiva 100 años después de la muerte de Jesús, y el de Lucas sobre Emaus como una amplificación poética, quedan las afirmaciones simples y positivas de Mateo y Marcos, que son la raíz misma de la tradición y de la religión cristiana.

Queda algo más sólido e indiscutible aún: el testimonio de Pablo. Queriendo explicar a los corintios la razón de su fe y la base del Evangelio que predica, enumera por orden 6 apariciones sucesivas de Jesús: a Pedro, a los 11, a los 500 de los cuales muchos viven aún, a Jacobo, a los apóstoles reunidos y finalmente su propia aparición en el camino de damasco. Ahora bien, esos hechos fueron comunicados a Pablo por el propio Pedro y por Jacobo tres años después de la muerte de Jesús, poco después de la conversión de Pablo, en ocasión de su primer viaje a Jerusalén. Los tenía, pues, como testigos oculares.

Por último, de todas estas visiones la más indiscutible, no es por cierto la menos extraordinaria: me refiero a la del mismo Pablo; en sus epístolas vuelve a ello sin cesar, como a la fuente de su fe. Dados el estado sicológico precedente de Pablo y la naturaleza de su visión; ésta procede de afuera y no de adentro; tiene un carácter inesperado y fulminante, modifica su ser de manera total. Como un bautismo de fuego lo templa de la cabeza a los pies, lo reviste con una armadura invulnerable y lo presenta a la faz del mundo como el invencible caballero de Cristo.
 
Fuerza del testimonio de Pablo: es doble

En cuanto afirma su propia visión y corrobora las de los otros. Si se pretendiese dudar de la sinceridad de semejantes afirmaciones, habría que rechazar en masa todos los testimonios históricos y renunciar a escribir la historia. Agreguemos que, así como no hay historia crítica sin una ponderación exacta y una selección razonada de todos los documentos, no hay historia filosófica si no se deduce la grandeza de los efectos, de la grandeza de las causas. Con Celso, Strauss y Renán se puede no acordar valor objetivo alguno a la resurrección y considerarla como un fenómeno de pura alucinación; en ese caso se está obligado a fundar la mayor revolución religiosa de la humanidad en una aberración de los sentidos y en una quimera del espíritu. Pero nadie se equivoque: la fe en la resurrección es la base del cristianismo histórico. Sin esa confirmación de la doctrina de Jesús por un hecho asombroso, su religión ni siquiera hubiera tenido comienzo.
 
Revolución en el alma de los apóstoles

Su conciencia judaica se tornó cristiana. Por encima del reino terrenal de Israel, que se desmorona, han entrevisto el reino universal, de ahí su arrojo en la lucha. De ahí arranca el impulso prodigioso que lleva el Evangelio a toda la tierra.

Naturaleza de las apariciones

Las apariciones relatadas por el N.T. entran alternativamente en una u otra de estas dos categorías: visión espiritual y aparición sensibles, pero tuvieron para los apóstoles el carácter de una realidad suprema. Antes hubieran dudado de la existencia del cielo y de la tierra que de su comunión viviente con el Cristo resucitado. Estas visiones emocionantes del Señor era lo que tenían de más radiante en sus vidas y de más profundo en sus conciencias.

En nuestro estado corporal presente apenas si podemos creer y concebir la realidad de lo impalpable. En el estado espiritual, en cambio, la materia se nos presentará como lo irreal y no existente. Pero la síntesis del alma y la materia, esas dos fases de la sustancia una, se encuentra en el Espíritu.
 

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