Pensamientos
relacionados con la vida pública de Jesús p.430 ss
Los
evangelistas
En sus
relatos (de los evangelistas) hay divergencias, contradicciones, suturas. La
leyenda, recubriendo o exagerando ciertos misterios, reaparece aún, aquí o
allá. Pero se desprende del conjunto tal unidad de pensamiento y acción, un
carácter tan poderoso y original, que invenciblemente nos sentimos en presencia
de la realidad, de la vida.
Hechos
clave: cena, proceso, resurrección
El
autor ofrece concentrar los rayos de la tradición esotérica sobre tres hechos
con que concluyó la vida de Jesús, porque si se hace luz en estos puntos
resplandecerá hacia atrás sobre toda la carrera de Jesús y hacia adelante sobre
toda la historia del cristianismo: i. santa cena ii. el proceso del Mesías y
iii. la resurrección.
Perfil
de Pedro y Juan
Pedro
y Juan (en el grupo) se destacan en primer plano y dominan a los 12 desde lo
alto como las 2 figuras principales. Pedro corazón recto y simple, espíritu
ingenuo y limitado, tan dispuesto para la esperanza como para el desaliento,
pero hombre de acción capaz de conducir a los otros por su carácter enérgico y
su fe absoluta. Juan, naturaleza ensimismada y profunda, con un entusiasmo tan
hirviente que Jesús lo llamó hijo del trueno; espíritu instintivo, además: alma
ardiente casi siempre concentrada sobre sí mismo, habitualmente soñadora y
triste, con estallidos formidables, furores apocalípticos, pero también con
profundas ternuras que los demás son incapaces de sospechar, que solo el
maestro ha visto. Solo él, el silencioso, el contemplativo, comprenderá su
pensamiento íntimo. Será el evangelista del amor y de la inteligencia divina,
el apóstol esotérico por excelencia.
Las
mujeres
En
el cortejo de Jesús las mujeres ocupan un lugar aparte. Madres o hermanas de
discípulos, tímidas vírgenes o pecadoras arrepentidas, lo rodean en todas
partes. Atentas, fieles, apasionadas, expanden a su paso, como una estela de
amor, su eterno perfume de tristeza y esperanza. A ellas no necesita
demostrarles que es el Mesías. Les basta con verle. La extraña felicidad que
emana de su atmósfera, mezclada a la nota de un sufrimiento divino e
inexpresado que resuena en el fondo de su ser, las persuade de que él es el
Hijo de Dios. Desde el comienzo Jesús había ahogado en sí mismo el grito de la
carne; había domado el poder de los sentidos durante su permanencia entre los
esenios. Mediante ellos había conquistado el imperio de las almas y el divino
poder de perdonar, esa voluptuosidad de los ángeles. Dice a la pecadora que se
arrastra a sus pies, entre la oleada de sus cabellos esparcidos y de su bálsamo
derramado: mucho le será perdonado porque mucho amó. Frase sublime que contiene
toda una redención, porque quien perdona, libera.
Cap.VI:
Jerusalén, la Promesa, la Cena, el Proceso, Muerte y Resurrección
La
cena: simbolismo
Al legar los símbolos
de la cena a los apóstoles (comunión de pan y comunión de vino), Jesús amplió
estos símbolos, porque a través de ellos extiende la fraternidad y la
iniciación, antes limitada a algunos, a la humanidad entera. Les agregó el más
profundo de los misterios, la mayor de las fuerzas: su sacrificio. De ellos
hizo la cadena de amor invisible, pero indestructible entre él y los suyos. Ella
daría a su alma sacrificada, un poder divino sobre sus corazones y sobre el de
todos los hombres. Esa copa de verdad llegada desde el fondo de las edades
proféticas, ese cáliz de oro de la iniciación que el anciano esenio le
presentara mientras lo llamaba profeta, ese cáliz del amor celestial que los
hijos de Dios le ofrecieran en el transporte del más elevado éxtasis, esa copa
en que ahora veía relucir su propia sangre, la tiende a sus discípulos
bien amados con la inefable ternura del adiós supremo.
Pasión
de Cristo
El drama de la pasión
contribuyó poderosamente a constituir el cristianismo. Ha arrancado lágrimas a
todos los hombres que tienen corazón, y convertido a millares de almas.
Resurrección
de Jesús
Tales son los hechos
referidos por el Nuevo Testamento. Por mucho que se haga para reducirlos al
mínimo y cualquiera que sea la idea religiosa o filosófica que se les asigne,
es imposible hacerlos pasar por puras leyendas y negarles el valor de un
testimonio auténtico en cuanto a lo esencial.
Ataques
contra los testimonios
Hace 18 siglos que las
olas de la duda o los ataques abiertos sacuden la roca de esos testimonios;
desde hace 100 años la crítica se ha encarnizado con todas sus armas. Ha podido
abrirle brechas en ciertos lugares, pero no moverla de sitio. ¿Qué hay detrás
de las visiones de los apóstoles? Los teólogos primarios, los exegetas de la
letra y los sabios agnósticos podrán disputar sobre ello hasta el infinito y
batirse en la oscuridad; no se convertirán unos a oros y razonarán en el vacío
hasta que la teosofía, que es la ciencia del Espíritu no les haya ampliado sus
concepciones y hasta que una sicología experimental superior, que es el arte de
descubrir el alma, no les haya abierto los ojos.
La
historia de los hechos
Pero para no colocarnos
aquí sino en el simple punto de vista del historiador concienzudo, es decir, de
la autenticidad de estos hechos síquicos, hay una cosa de la que no puede
dudarse: que los apóstoles hayan tenido esas apariciones y que su fe en la
resurrección de Cristo, haya sido inquebrantable. Si se rechazan los relatos de
Juan porque recibieron su redacción definitiva 100 años después de la muerte de
Jesús, y el de Lucas sobre Emaus como una amplificación poética, quedan las
afirmaciones simples y positivas de Mateo y Marcos, que son la raíz misma de
la tradición y de la religión cristiana.
Queda algo más sólido e
indiscutible aún: el testimonio de Pablo. Queriendo explicar a los corintios la
razón de su fe y la base del Evangelio que predica, enumera por orden 6 apariciones
sucesivas de Jesús: a Pedro, a los 11, a los 500 de los cuales muchos viven
aún, a Jacobo, a los apóstoles reunidos y finalmente su propia aparición en el
camino de damasco. Ahora bien, esos hechos fueron comunicados a Pablo por el
propio Pedro y por Jacobo tres años después de la muerte de Jesús, poco después
de la conversión de Pablo, en ocasión de su primer viaje a Jerusalén. Los
tenía, pues, como testigos oculares.
Por último, de todas
estas visiones la más indiscutible, no es por cierto la menos extraordinaria:
me refiero a la del mismo Pablo; en sus epístolas vuelve a ello sin cesar, como
a la fuente de su fe. Dados el estado sicológico precedente de Pablo y la
naturaleza de su visión; ésta procede de afuera y no de adentro; tiene un carácter
inesperado y fulminante, modifica su ser de manera total. Como un bautismo de
fuego lo templa de la cabeza a los pies, lo reviste con una armadura
invulnerable y lo presenta a la faz del mundo como el invencible caballero de
Cristo.
Fuerza
del testimonio de Pablo: es doble
En cuanto afirma su
propia visión y corrobora las de los otros. Si se pretendiese dudar de la
sinceridad de semejantes afirmaciones, habría que rechazar en masa todos los
testimonios históricos y renunciar a escribir la historia. Agreguemos que, así
como no hay historia crítica sin una ponderación exacta y una selección
razonada de todos los documentos, no hay historia filosófica si no se deduce la
grandeza de los efectos, de la grandeza de las causas. Con Celso, Strauss y
Renán se puede no acordar valor objetivo alguno a la resurrección y
considerarla como un fenómeno de pura alucinación; en ese caso se está obligado
a fundar la mayor revolución religiosa de la humanidad en una aberración de los
sentidos y en una quimera del espíritu. Pero nadie se equivoque: la fe en la
resurrección es la base del cristianismo histórico. Sin esa confirmación de la
doctrina de Jesús por un hecho asombroso, su religión ni siquiera hubiera
tenido comienzo.
Revolución
en el alma de los apóstoles
Su conciencia judaica
se tornó cristiana. Por encima del reino terrenal de Israel, que se desmorona,
han entrevisto el reino universal, de ahí su arrojo en la lucha. De ahí arranca
el impulso prodigioso que lleva el Evangelio a toda la tierra.
Naturaleza
de las apariciones
Las apariciones
relatadas por el N.T. entran alternativamente en una u otra de estas dos
categorías: visión espiritual y aparición sensibles, pero tuvieron para los
apóstoles el carácter de una realidad suprema. Antes hubieran dudado de la
existencia del cielo y de la tierra que de su comunión viviente con el Cristo
resucitado. Estas visiones emocionantes del Señor era lo que tenían de más
radiante en sus vidas y de más profundo en sus conciencias.
En nuestro estado
corporal presente apenas si podemos creer y concebir la realidad de lo
impalpable. En el estado espiritual, en cambio, la materia se nos presentará
como lo irreal y no existente. Pero la síntesis del alma y la materia, esas dos
fases de la sustancia una, se encuentra en el Espíritu.
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