(A Lucita,
madre de tres hijos) 8/mayo/2016
¡Hoy es el día de las madres en todo el mundo! En Ecuador,
en Nueva Zelanda, en Zambia, en Grecia. En todo el mundo se tiene por sabido
que la madre, ante su hijo, es un ángel bueno a quien ama como a sí misma; que
su amor maternal es certero, invariable, valiente en Ecuador, en Nueva Zelanda,
en Zambia y en Grecia.
Dentro de las certezas morales que hacen la trama de la
vida, uno puede estar seguro de que su madre le ama, sea ella una señora de
casa o una profesora de Colegio o una bailarina de teatro o una prostituta.
Cuando se oye que una mamá abandonó a su hijo a la puerta de una Iglesia, la
gente no acaba de admirarse, y piensa que esa mujer no estaba en sus cabales.
El hecho se hace noticia de un titular de prensa.
Es que el amor de la madre es emotivo, cordial, instintivo.
¿Instintivo? El sentimiento de la madre por su hijo ¿es amor o es instinto? La
pregunta no es denigrante, al contrario, me parece enaltecedora de la función
maternal, diseñada por la naturaleza para perpetuar la especie. Y yo creo que
Madre Natura puso en el corazón de toda madre un exquisito sentimiento que
encierra en sí amor racional y amor instintivo, una mezcla de química refinada
para ennoblecer el amor y para darle la certeza de su eficacia en todas las
situaciones de la vida.
Me acuerdo ahora de la
epopeya de una zíngara, aquel poema que traía el libro de lectura de 6to
grado de primaria «Hogar y Escuela»,
sobre una gitana que, bajo un sol abrasador y sobre un camino polvoriento del
Sur de la Península, marchaba con los pies descalzos, partidos por la aridez de
la tierra, con un bebé en brazos y dos niños pequeños encaramados a cada lado
de un aparejo que cargaba un burro: el bebé estrujaba con sus manecitas el
pecho de la madre, y tiraba de él, sujetándolo con sus labios, para extraer el
último resto de jugo que generosamente le ofrecía. Uno de los niños ardía en
fiebre causada por el sol y la sequía del cielo y de la tierra: este niño había
perdido ya la conciencia. ¡Ah, dónde encontrar agua, que al momento hacía la
diferencia entre la vida y la muerte!
De pronto la Zíngara sonrió, con una sonrisa de esperanza; a
cuatro pasos de la caravana alzábase la caseta de un campesino; quizá aquí podré encontrar agua, se
decía. Pero sus afanes fueron inútiles; nadie vino en su auxilio. Sin saber lo
que hacía, dio vuelta a los muros, y cuando llegaba a la espalda de la casa,
vio con asombro, recostada contra la tapia y protegida por su sombra, ¡una
cazuela llena de agua! La mujer miró esto; pero no pudo mirar –a tal extremo la
cegaban la sorpresa y el júbilo– que al mismo tiempo que ella, y movido por
iguales deseos, se dirigía hacia la cazuela un mastín enorme, con el pelo
erizado, la boca abierta, la baba colgando y los ojos codiciosos.
La zíngara no estaba dispuesta a ceder ante esta bestia
temible ni ante nadie; haría lo imposible por sus tres hijitos, y lanzó un duro
puñetazo al perro, que reaccionó rabioso poniendo sus patas delanteras sobre
los hombros de la mujer; ésta cayó al suelo y comenzó un revoltijo de muerte
entre la madre y la bestia: el mastín hundió sus colmillos feroces en el hombro
de la mujer, que lanzó un grito de dolor, de furia, pero no se acobardó: antes
con ambas manos apretó la garganta del mastín, con las fuerzas que sacó de sus
entrañas maternales. Breves instantes duró la lucha; de pronto el perro exhaló
un quejido doloroso, abrió la boca, y cayó de espaldas. Los dedos de la zíngara
lo habían ahogado y ¡el agua estaba libre para su hijo!
Haciendo alarde de un recurso literario, Velasco Ibarra se
preguntaba en un artículo que publicó en el diario El Comercio cuando yo
estudiaba en la universidad: ¿La
mujer...sirve para algo? Yo me
contesto ahora: la mujer... nada menos que es capaz de convertir la vida de
cualquier hombre en un paraíso en la tierra o ... en un valle de lágrimas.
Lleva en su recóndita esencia un ángel bueno y un demonio implacable.
Pienso que sólo cuando actúa como madre se libera su ángel
bueno, y su vuelo celestial desciende en forma de bálsamo para curar las
heridas del camino; en forma de niño puro para limpiar la sordidez de la
existencia humana; en forma de fuente clara para saciar la sed del viandante
del desierto; desciende en forma de aguerrida leona para luchar contra los
depredadores de sus cachorros o, en una palabra, en forma de Hada Madrina con
poder de convertir la hiel de los corazones en panal de miel.
Hoy se celebra en todo el mundo el día de la madre. La
sociedad globalizada ha creído necesario establecer este día especial, a manera
de monumento internacional, para perennizar un homenaje al amor maternal, esa
energía formidable que producen las madres, bajo la forma de entrañable emoción
uterina. Cada madre, todas las madres contribuyen con su parcela de amor, para
formar en el mundo una gran reserva de energía salvífica, indispensable para
redimir al hombre. ¡Tal es el poder de la mujer convertida en madre!
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