De Leonardo Boff * (Leonardo Boff es teólogo, profesor de ética en la Universidad Estatal de Río de Janeiro).
La globalización representa
una nueva etapa en el proceso de cosmogénesis y de antropogénesis. Tenemos que
entrar en ella. No de la manera que las potencias controladas del mercado
mundial quieren (mercado competitivo y nada cooperativo-, solamente interesadas
en nuestras riquezas materiales, reduciéndonos a meros consumidores). Nosotros
queremos entrar soberanos y conscientes de nuestra posible contribución
ecológica, multicultural y espiritual.
Se percibe un desmesurado
entusiasmo del actual gobierno por la globalización. El presidente habla de
ellas sin los matices que situarían con la debida luz nuestra singularidad.
Posee capacidad para ser una voz propia y no eco de la voz de los otros. Para
él y sus aliados, cuento una historia que viene de un pequeño país de África
occidental, Gana, narrada por un educador popular, James Aggrey, a principios
de este siglo cuando se daban los embates por la descolonización. Ojalá los
haga pensar.
Era una vez un campesino que
fue al bosque cercano a atrapar algún pájaro con el fin de tenerlo cautivo en
su casa. Consiguió atrapar un aguilucho. Lo colocó en el gallinero junto a las
gallinas. Creció como una gallina. Después de cinco años, ese hombre recibió en
su casa la visita de un naturalista. Al pasar por el jardín, dice el
naturalista: -“Ese pájaro que está ahí, no es una gallina. Es un águila”. -De
hecho, dijo el hombre: “Es un águila. Pero yo la crié como gallina. Ya no es un
águila. Es una gallina como las otras. -“No, respondió el naturalista”. Ella es
y será siempre un águila. Pues tiene el corazón de un águila. Este corazón la
hará un día volar a las alturas”. -“No, insistió el campesino. Ya se volvió
gallina y jamás volará como águila”.
Entonces, decidieron, hacer
una prueba. El naturalista tomó al águila, la elevó muy alto y, desafiándola, dijo:
“Ya que de hecho eres un águila, ya que tú perteneces al cielo y no a la
tierra, entonces, abre tus alas y vuela!” El águila se quedó, fija sobre el
brazo extendido del naturalista. Miraba distraídamente a su alrededor. Vio a
las gallinas allá abajo, comiendo granos. Y saltó junto a ellas. El campesino
comentó. -“Yo lo dije, ella se transformó en una simple gallina”. -“No”,
insistió de nuevo el naturalista, “Es un águila”. Y un águila siempre será un
águila. Vamos a experimentar nuevamente mañana.
Al día siguiente, al
naturalista subió con el águila al techo de la casa. Le susurró: “Águila, ya
que tú eres un águila, abre tus alas y vuela!”. Pero cuando el águila vio allá
abajo a las gallinas picoteando el suelo, saltó y fue a parar junto a ellas. El
campesino sonrió y volvió a la carga: -“Ya le había dicho, se volvió gallina”. -“No”,
respondió firmemente el naturalista. “Es águila y poseerá siempre un corazón de
águila. Vamos a experimentar por última vez. Mañana la haré volar”.
Al día siguiente, el naturalista
y el campesino se levantaron muy temprano. Tomaron el águila, la llevaron hasta
lo alto de una montaña. El sol estaba saliendo y doraba los picos de las
montañas. El naturalista levantó el águila hacia lo alto y le ordenó: “Águila,
ya que tú eres un águila, ya que tu perteneces al cielo y no a la tierra, a-bre
tus alas y vuela”.
El águila miró alrededor.
Temblaba, como si experimentara su nueva vida, pero no voló. Entonces, el
naturalista la agarró firmemente en dirección al sol, de suerte que sus ojos se
pudiesen llenar de claridad y conseguir las dimensiones del vasto horizonte.
Fue cuando ella abrió sus potentes alas. Se irguió soberana sobre sí misma. Y
comenzó a volar a volar hacia lo alto y a volar cada vez más a las alturas.
Voló. Y nunca más volvió.
¡Pueblos de África (y de
Brasil)! Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Pero hubo personas que
nos hicieron pensar como gallinas. Y aún pensamos que efectivamente somos
gallinas. Pero somos águilas. Por eso, hermanos y hermanas, abran las alas y
vuelen. Vuelen como las águilas. Jamás se contenten con los granos que les
arrojen a los pies para picotearlos.
Tradujo Daniel Rodríguez
(MCCLP), México 1997
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