DESCARTES DISCURSO DEL METODO

DISCURSO DEL MÉTODO    PARA CONDUCIR BIEN LA PROPIA RAZÓN Y BUSCAR LA VERDAD EN LAS CIENCIAS

René Descartes (RD)                                                    
Ediciones Orbis S.A., Barcelona, 1983

Este libro de RD contiene:

Prólogo (de Antonio Rodríguez Huéscar)

Cronología de Descartes (Nace 1596 y muere 1650 de pulmonía en Estocolmo, 54 años de edad) y

El desarrollo del tema, que es:

DISCURSO DEL MÉTODO PARA CONDUCIR BIEN LA PROPIA RAZÓN Y BUSCAR LA VERDAD EN LAS CIENCIAS
 
1    Advertencia: RD advierte que este «Discurso», si pareciera largo para ser leído de una vez, podría ser leído parte a parte, según las que contiene.
 
2    Primera parte: consideraciones que atañen a las ciencias pg 43

3    Segunda parte: Principales reglas del método pg 53

4    Tercera parte: algunas reglas de moral sacadas del método: …Así como antes de comenzar a reedificar la casa donde se habita, no basta con derribarla y proveerse de materiales y de arquitectos, o bien con ejercitarse uno mismo en la arquitectura, ni, además de esto, con haber trazado cuidadosamente su diseño, sino que es menester también haberse procurado alguna otra donde se pueda estar cómodamente alojado, durante el tiempo que dure el trabajo; así también para no permanecer irresoluto en mis acciones, mientras la razón me obligaba a serlo en mis juicios, y para no dejar de vivir en adelante lo más acertadamente que pudiese, me formé una moral provisional, que no consistía más que en tres o cuatro máximas, de las que quiero daros cuenta...

+ La primera, era obedecer a las leyes y costumbres de mi país, conservando la religión en la que Dios me hizo la gracia de ser instruido desde mi infancia. Y gobernándome en cualquier otra cosa de acuerdo con las opiniones más moderadas y alejadas del exceso que fuesen comúnmente practicadas por los hombres más prudentes entre aquellos con quienes tuviese que vivir; pues comenzando ya a no tener en cuenta para nada las mías, puesto que quería volver a someterlas todas a examen, estaba seguro de no poder hacer nada mejor que seguir las de los mas sensatos…

+ Mi segunda máxima consistía en ser lo mas firme y resuelto que pudiese en mis acciones y no seguir con menos constancia las opiniones más dudosas, una vez que me hubiese determinado a ello, que si hubiesen sido muy seguras, imitando en esto a los viajeros que, habiéndose extraviado en un bosque, no deben errar dando vueltas, ahora por un sitio, ahora por otro, ni menos todavía detenerse en un lugar, sino caminar siempre lo más derechamente que puedan en una misma dirección, sin cambiar esta por débiles razones, aun cuando en un principio haya sido, quizá, solo el azar el que los resolvió a elegirla, pues de esta manera si no van justamente donde deseaban, al menos llegarán a alguna parte don verosímilmente estará mejor que en medio de una selva…

+ Mi tercera máxima consistía en tratar de vencerme siempre a mi mismo antes que a la fortuna, en procurar cambiar mis deseos antes que el orden del mundo, y, en general, a acostumbrarme a creer que no hay nada que esté enteramente en nuestro poder más que en nuestros propios pensamientos, de modo que después de haber puesto a contribución todo nuestro esfuerzo, con respecto a las cosas exteriores, lo que aun falte para el logro de nuestro propósito ha de considerarse, por lo que a nosotros toca, como absolutamente imposible…
 
+ Por último como conclusión de esta moral, me propuse pasar revista a las diversas ocupaciones que los hombres tienen en esta vida, para tratar de elegir la mejor, y, sin que quiera decir nada de las de los demás, pensé que no podía hacer nada mejor que continuar en la que me encontraba, o sea, en dedicar mi vida entera a cultivar mi razón y a progresar todo lo que pudiese en el conocimiento de la verdad, siguiendo el método que me había prescrito…Pag 63

5    Cuarta parte: Pruebas de la existencia de Dios y del alma humana o fundamentos de la metafísica: Yo había advertido desde mucho tiempo antes, que en todo lo que atañe a las costumbres, es necesario a veces seguir opiniones que se saben muy inciertas como si fuesen indubitables; pero desde el momento en que me propuse entregarme ya exclusivamente a la investigación de la verdad, pensé que debía hacer todo lo contrario y rechazar como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la más pequeña duda, para ver si después de esto quedaba algo entre mis creencias que fuese enteramente indubitable. …me resolví a fingir que nada de lo que hasta entonces había entrado en mi mente era más verdadero que las ilusiones de mis sueños. Pero inmediatamente después caí en la cuenta que, mientras de esta forma intentaba pensar que todo era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese algo; y advirtiendo que esta verdad pienso, luego existo, era tan firme y segura que las más extravagantes suposiciones de los escépticos eran incapaces de conmoverla, pensé que podía aceptarla sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que andaba buscando.

         Luego, examinando con atención lo que yo era y, viendo que podía imaginar que no tenía cuerpo y que no había mundo ni lugar alguno en que estuviese, pero que no por eso podía imaginar que no existía, sino que por el contrario, del hecho mismo de tener ocupado el pensamiento en dudar de la verdad de las demás cosas se seguía muy evidente y ciertamente que yo existía; mientras que, si hubiese cesado de pensar, aunque el resto de lo que había imaginado hubiese sido verdadero, no hubiera tenido ninguna razón para creer en mi existencia, conocí por esto que yo era una sustancia cuya completa  esencia o naturaleza consiste solo en pensar, y que para existir no tiene necesidad de ningún lugar ni depende de ninguna cosa material; de modo que este yo, es decir, el alma, por la que soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo, y hasta más fácil de conocer que él, y aunque él no existiese, ella no dejaría de ser todo lo que es.

         Después me puse a considerar lo que se requiere en general para que una proposición sea verdadera y cierta; pues en vista de que acababa de encontrar una que sabía que lo era, pensé que debía saber también en qué consistía esta certidumbre. Y habiendo observado que en la proposición pienso, luego existo, lo único que me asegura de que digo la verdad es que veo muy claramente que para pensar es necesario ser, juzgué que podía tomar como regla general que las cosas que distinguimos muy clara y distintamente son todas verdaderas, y que solamente hay alguna dificultad en advertir bien cuáles son las que en realidad concebimos distintamente.

         A continuación, reflexionando en este hecho de que yo dudaba, y en que por consiguiente mi ser no era enteramente perfecto, puesto que veía claramente que había más perfección en conocer que en dudar, quise indagar de dónde había aprendido yo a pensar en algo más perfecto que yo mismo, y conocí con evidencia que tenía que ser alguna naturaleza que, en efecto, fuese más perfecta. En lo referente a los pensamientos que yo tenía de muchas otras cosas exteriores a mí, como el cielo, la tierra, la luz, el calor y otras mil, no me costaba tanto trabajo saber de dónde procedían, porque, no encontrando en ellas nada que me pareciese hacerlas superiores a mí, podía creer que si eran verdaderas, dependían de mi naturaleza, en cuanto que ella poseía alguna perfección, y si no lo eran, que las tenía de la nada, es decir, que estaban en mí por ser yo defectuoso. Pero no podía ocurrir lo mismo con la idea de un ser más perfecto que el mío, pues el tenerla de la nada era cosa manifiestamente imposible. Y, como no hay menos repugnancia en que lo más perfecto sea consecuencia  y dependencia de lo menos perfecto que en algo proceda de nada, no podía venirme tampoco de mi mismo. De modo que no quedaba sino que hubiese sido puesto en mí por una naturaleza verdaderamente más perfecta que yo, e incluso que reuniese en sí todas las perfecciones de que yo pudiera tener alguna idea; es decir, para explicarme en una sola palabra, que fuese Dios. A lo cual agregué que, puesto que conocía algunas perfecciones que yo no tenía, no era yo el único ser existente, sino que era absolutamente necesario que hubiese algún otro más perfecto, del que dependiese yo y del que hubiera recibido todo lo que tenía; pues si yo hubiese sido solo e independiente de todo otro ser, de modo que hubiera tenido por mí mismo lo poco en que participaba del Ser perfecto, por la misma razón hubiera podido tener por mí mimo todo lo demás que conocía faltarme, y así, ser yo mismo infinito, eterno, inmutable, omnisciente, omnipotente y, en fin, poseer todas las perfecciones que podía advertir en Dios. Porque según los razonamientos que acabo de hacer, para conocer la naturaleza de Dios, en cuanto la mía era capaz de ello, no tenía más que considerar, con respecto a todas la cosas cuya idea encontraba en mí, si el poseerlas era o no perfección; y estaba seguro de que ninguna de las que implicaban imperfección pertenecía a Dios; y en cambio estaban en él todas las demás; así veía que la duda, la inconstancia, la tristeza y cosas semejantes no podían estar en él, puesto que yo mismo me hubiese considerado mejor viéndome libre de ellas.             (Pag 71)

6    Quinta parte: Orden de cuestiones en física pg 79
 
7    Sexta parte: cosas requeridas para proseguir en la investigación de la Naturaleza pg 97
 

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