DESPEDIDA A SAN GREGORIO

DESPEDIDA DE LA FACULTAD SAN GREGORIO  (Cotocollao, set/1955)  JAN
Estamos ya de pie para el adiós. De pie, con el pensamiento de la inminente ausencia...! La vida es un continuo “hacerse”; nuestra meta es siempre un “más allá”. Por eso, entre nosotros, la paradoja de que todo adiós remate con un hondo salmo de júbilo.
Adiós San Gregorio, casa grande, ,mansión de nuestra primera juventud, enorme piedra negra hecha hoguera...y fragua... Hoguera para una llama de urgencia divina; fragua, para templar el filo de nuestras armas primeras.
Cortaste nuestro ser según las medidas de aquel diseño perfecto y fundiste en nuestra vidas hoguera y piedra geométrica. Hoguera y piedra es lo que llevamos de aquí, ahora, cuando ante nuestros pasos de enviados se abren tus puertas y, al trasponerlas, te decimos lacónicamente: ¡Adiós San Gregorio, Hoguera y Piedra, casa grande de nuestra juventud!                               
Gruesas columnas blanquísimas, alineadas al flanco de los corredores. Nos disteis la impresión como de eternos centinelas montando guardia sobre la emoción de un ideal...  Día y noche... Siempre. Con la precisión de una geometría.
Clases austeras. Cada mañana acudíamos a vosotras con los libros bajo el brazo, no sin cierta secreta desgana propia de nuestra sangre joven. Cuánto temor nos infundíais los lunes de repetición. – Videamus, frater González, ¿quid est substancia? - Sustancia est ens per se stans...
 Pero cuántas veces también os convertíais en público escenario para nuestro humorismo familiar... en que volvíamos a ser los chiquillos de antaño, con las ligerezas de entonces. Y allí en esas clases discutíamos el vigor de los argumentos, oíamos explicar sentencias y... así, hoy y mañana... alimentando el vuelo de nuestra ilusión...
¡Y vosotras, canchas de juego! Sólo vuestro nombre... nos produce añoranza. Músculo en tensión, pupilas abiertas, pulmones llenos de aire, voluntad hacia arriba! ¡Y sobre todo hermanos y compañeros de la misma empresa! Y las barras estallando bullangueras sobre el ardor de los jugadores y la sonrisa del hermano Interdonato abierta sin censura a sus admiradores... Cuánto vamos a recordar todo esto.
Y nuestras habitaciones... en donde pasábamos la mayor parte del día. ¿Por qué las hemos tomado tanto cariño, si eran tan austeras?: el estante de libros, la mesa rectangular con el crucifijo personal recostando en su centro, la ventana sin cortinas, siempre abierta para recibir el oxígeno lúcido y liviano del cielo de Cotocollao...
Habéis sido para nosotros como el yunque de nuestra herrería, ¡cada día, cada hora, cada instante! Golpeando siempre el martillo sobre una lengua de hierro al rojo. ¡Hombres que viven cada instante / sobre ese yunque negro / corriendo una aventura infinita...!
¿Por qué es el último adiós para nuestra capilla? ¿Es que también la hemos de decir adiós?  Capilla fuerte... casi militar... Como un soldado en posición de firmes. Sin la alegría de columnas cadenciosas, que suban danzando hacia el techo, sin el oro de capiteles espléndidos esforzándose bajo el peso de la bóveda, sin la ternura de unas flores blancas y rojas adornando el ara del altar.
Sólo piedra gris y rosada, en líneas rectas. Es la austeridad de una tienda. ¡Tienda de Campaña del Gran Jefe! Es que las pupilas de hijos de Ignacio de Loyola la ven de preferencia así: Él, el caudillo conquistador vive bien, en una tienda así. ¡Señor, aquí estamos / envíanos armados con el poder de tu espada / a pelear nuestra lid primaveral...!

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