Estamos ya
de pie para el adiós. De pie, con el pensamiento de la inminente ausencia...!
La vida es un continuo “hacerse”; nuestra meta es siempre un “más allá”. Por
eso, entre nosotros, la paradoja de que todo adiós remate con un hondo salmo de
júbilo.
Adiós San
Gregorio, casa grande, ,mansión de nuestra primera juventud, enorme piedra
negra hecha hoguera...y fragua... Hoguera para una llama de urgencia divina;
fragua, para templar el filo de nuestras armas primeras.
Cortaste
nuestro ser según las medidas de aquel diseño perfecto y fundiste en nuestra
vidas hoguera y piedra geométrica. Hoguera y piedra es lo que llevamos de aquí,
ahora, cuando ante nuestros pasos de enviados se abren tus puertas y, al
trasponerlas, te decimos lacónicamente: ¡Adiós San Gregorio, Hoguera y Piedra,
casa grande de nuestra juventud!
Gruesas
columnas blanquísimas, alineadas al flanco de los corredores. Nos disteis la
impresión como de eternos centinelas montando guardia sobre la emoción de un
ideal... Día y noche... Siempre. Con la
precisión de una geometría.
Clases
austeras. Cada mañana acudíamos a vosotras con los libros bajo el brazo, no sin
cierta secreta desgana propia de nuestra sangre joven. Cuánto temor nos
infundíais los lunes de repetición. – Videamus, frater González, ¿quid est
substancia? - Sustancia est ens per se stans...
¡Y
vosotras, canchas de juego! Sólo vuestro nombre... nos produce añoranza.
Músculo en tensión, pupilas abiertas, pulmones llenos de aire, voluntad hacia
arriba! ¡Y sobre todo hermanos y compañeros de la misma empresa! Y las barras
estallando bullangueras sobre el ardor de los jugadores y la sonrisa del
hermano Interdonato abierta sin censura a sus admiradores... Cuánto vamos a
recordar todo esto.
Y nuestras
habitaciones... en donde pasábamos la mayor parte del día. ¿Por qué las hemos
tomado tanto cariño, si eran tan austeras?: el estante de libros, la mesa
rectangular con el crucifijo personal recostando en su centro, la ventana sin
cortinas, siempre abierta para recibir el oxígeno lúcido y liviano del cielo de
Cotocollao...
Habéis sido
para nosotros como el yunque de nuestra herrería, ¡cada día, cada hora, cada
instante! Golpeando siempre el martillo sobre una lengua de hierro al rojo.
¡Hombres que viven cada instante / sobre ese yunque negro / corriendo una
aventura infinita...!
¿Por qué es
el último adiós para nuestra capilla? ¿Es que también la hemos de decir
adiós? Capilla fuerte... casi militar...
Como un soldado en posición de firmes. Sin la alegría de columnas cadenciosas,
que suban danzando hacia el techo, sin el oro de capiteles espléndidos
esforzándose bajo el peso de la bóveda, sin la ternura de unas flores blancas y
rojas adornando el ara del altar.
Sólo piedra
gris y rosada, en líneas rectas. Es la austeridad de una tienda. ¡Tienda de
Campaña del Gran Jefe! Es que las pupilas de hijos de Ignacio de Loyola la ven
de preferencia así: Él, el caudillo conquistador vive bien, en una tienda así.
¡Señor, aquí estamos / envíanos armados con el poder de tu espada / a pelear
nuestra lid primaveral...!
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