LA GALLINA

LA GALLINA ZARATANA        28/febrero/2016    jan
 
Hace poco dejé una nota en el LdelaF sobre el gallo «Campanero»: que lucía orondo su elegancia en nuestro jardín, del que se sentía señor y dueño; que su plumaje polícromo y su arrogante cresta eran el encanto de su figura; que su cola arqueada era como un arcoíris en el cielo del corral y su canto como una clarinada de amor y de guerra; que sus patas fuertes estaban armadas de espuelas filosas para disuadir el ataque de cualquier enemigo; ¡que era todo un auténtico guerrero medieval!

Y hoy me pregunto: ¿y la gallina qué? ¿sirve para algo? Han pasado pocas semanas desde entonces y se ha dado el milagro de la vida cuando una de las zaratanas cambió su apariencia al 100%: una mañana cualquiera dejó su tacín –que le sirvió de camada de huevos durante 21 días– y salió al mundo exterior, seguida de uno como enjambre de pollitos tiernos; iba a hacer que sus pequeños hijitos tomaran el primer baño de sol y de luz en un jardín hasta ahora desconocido. Las alas encrespadas de la zaratana y su cacareo desfigurado hablaban de su exasperada sensibilidad, necesaria para el minucioso cuidado de sus hijos, para los que todo (luz, plantitas del suelo, sonidos y pájaros) era un peligro desconocido. ¡El milagro de los instintos maternales de la zaratana han hecho el milagro de la vida en una nueva generación de descendientes! 

Y –claro– el primer encuentro de los recién nacidos fue con el gallo Campanero, que sin descomponer su elegancia merodeaba cerquita del tacín; este personaje no infundió temor a los recién nacidos porque les pareció, igual que su madre, conocidos desde siempre. Nada de sustos ni disgustos y todo está en paz. ¡La naturaleza organiza todo esto como al desgaire, pero con absoluta precisión!
 
Al oír la noticia de esta zaratana, nuestros nietos, Valentina y José Enrique, corrieron a ver por primera vez esta novedad, armados con sus báculos para montar guardia y ahuyentar a cualquier halcón que osara asomarse por nuestro jardín. Ahora la familia plumífera está completa, y además muy feliz: los pollos, porque sienten que tienen unos padres que viven para ellos, y los padres porque han perpetuado la especie. La familia zaratana, compuesta de gallo, gallina y pollitos, hora va junta a todas partes, porque cada uno tiene una función que cumplir. Nadie les ha enseñado nada, pero su instinto maravilloso les conduce a hacer lo mejor para su familia.
 
Siempre me ha asombrado el instinto de los animales, que de manera espontánea, pero con un determinismo certero, van por caminos a veces difíciles a demostrar su amor a la prole y a cuidar de ella aun a costa de su vida: ¿Cómo aprendió la zaratana –casi una pollita– a poner sus huevos en un mismo sitio, a calentarlos después, de día y de noche, con su cuerpo? ¿Cómo supo que –después de 21 días debía ayudar a salir del cascarón a sus polluelos?

Por eso la emoción popular compuso un canto que todos los niños conocen: Los pollitos dicen/pío, pío, pío /cuando tienen hambre/cuando tienen frío/la gallina busca /el maíz y el trigo/les da la comida/y les presta abrigo/Bajo sus dos alas/acurrucaditos/hasta el otro día/ duermen los pollitos.
 
Me viene a la mente el Apóstrofe a Jerusalén:

¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea  a los que le son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo sus alas, y no habéis querido. Pues bien, se os va a dejar desierta vuestra casa. Porque os digo que ya no me volveréis a ver hasta que digáis: ¡bendito el que viene en nombre del Señor! (Mt 23,37/Lc 13, 34)
 

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