Cuando en la vida, te lanzas ya al
tráfago de la actividad diaria, tomas
contacto con una trama de interrelaciones con personas y grupos, en una como
ágora de actividades compromisorias. Adquieres obligaciones y derechos, grandes
o chicos, que atrapan tu diario vivir como una telaraña. En esta ágora comienzas
a sentir roces y conflictos diarios: no se cumple la obligación ni la palabra
empeñada; el que conduce su carro viola mucho o poco la ley y a veces causa
graves daños a terceros; la policía debe resolver estos casos; pero las necesidades insatisfechas son las
eternas consejeras del policía, quien generalmente está dispuesto a traficar
con su autoridad; si un policía se niega a tus propuestas aparentando
honestidad, es porque le has ofrecido poco, porque en este terreno todos tienen
su precio. Si acudes a un juez por remedio de estos males, has entrado en un
sal sipuedes; pierdes tiempo, dinero y –lo más lamentable– la fe en la justicia.
Los Hermanos Restrepo son una muestra
sangrienta: una mujer policía tuvo la
crueldad de “informar” a los afligidos padres, que los jovencitos –en su huida
de la autoridad policial– se habían precipitado en las profundidades del río
Machángara, en donde perdieron sus vidas; al mismo tiempo les entregaba –como
indicio– un zapato estropeado, como único resto de su muerte. Todo un embuste.
¡Frescura abominable en una mujer policía!
Si te deben dinero te costará
recuperarlo; si das en arriendo un inmueble es muy probable que hayas creado un
avispero: el inquilino se tomará plazos y más plazos para pagarte, hasta que,
abultada la deuda, desistirá de hacerlo; si a la vuelta de mucho tiempo, a
veces años, te devuelve el local lo recibirás destruido sin piedad. ¿Y los
jueces? Ellos, envejecidos en estos altercados –que es de lo que viven–
contemplan tranquilos la contienda que, enturbiada por los abogados de las
partes, no tiene otra solución posible en este mundo que esperar que San Pedro
agache el dedo.
Mencioné a los abogados: ¡Ah los
divinos abogados! Siempre he pensado que son los principales corruptores de la
ley y de los jueces. La necesidad de ganar el litigio para ganar un cliente les
lleva a defender la causa a ultranza. El buen abogado es el que, cuando su
causa está perdida, se dedica a confundir de la mejor manera las cosas en el
Juzgado. Así la propia ley y los inefables jueces quedan terriblemente
manoseados y sesgados. El dicho popular es sabio: Dios creó de la nada un mundo y el abogado, de la nada, un pleito. En
esta materia hay abogados que han inventado una cuarta instancia judicial, que
no falla, y es ¡hacer perder el
expediente!
Si vas a construir tu casita,
prepárate a gastar lo que nunca pensaste, pues el arquitecto que te entrega el
plano, presupuesto y plazo de construcción, aprobado por las autoridades, es
probable que te siga plantillando trabajos mensuales realizados en la
construcción de tu casa, hasta más allá del doble del plazo y presupuesto
fijados por él mismo. Si, justamente enfadado, te lanzas a reclamos judiciales,
la posibilidad de que puedas vivir en tu casa se aleja cada día. No es raro en
estos tiempos que los médicos, por cuyas manos pasa la salud del cristiano, te
realicen alguna cirugía innecesaria (una cesárea, por ejemplo) para facturarte
honorarios. Qué malo todo esto!
Pero -quizá
pienses- en los negocios menores voy a
tener suerte … No estés tan seguro: si llevas tu carro a revisión debes
tener ojos bien abiertos porque no es raro que se sustraigan una pieza
importante del motor (caja de cambios, la cabeza electrónica, etc) y te la remplacen
con una usada de desecho. Retirado tu vehículo de la mecánica, puede ocurrirte
un grave accidente de carretera por un mal trabajo, pero nada puedes hacer
porque no puedes probar el mal trabajo.
Si una secretaria ―pública
o privada― te promete
devolver una llamada telefónica enseguida
o después de un cuarto de horita,
puedes esperar la llamada, sentado, hasta las calendas griegas.
La política ecuatoriana es un
testimonio de vicios y pasiones que traspasan todos los límites de lo que
puedes pensar: en esta lucha meten cuchara los partidos políticos, funcionarios
de todo nivel, diputados, periodistas, rotativos de prensa, politólogos,
profesionales y francotiradores. Sobre un asunto, cada uno tiene su verdad, que
la defiende con ciega pasión, de suerte que, a medida que crece la discusión,
más se aleja la verdad. Esta búsqueda de la verdad se basa en el zafio
principio de que las cosas en la realidad son blancas o negras, buenas o malas;
para el ecuatoriano que hace política no hay nada color gris. Los argumentos
casi siempre son sofismas, es decir, silogismos de 4 pies. La discusión
política no ataca al argumento del oponente sino al oponente mismo. Señor González, usted no puede ser candidato
porque ha cometido un peculado. En vez de demostrar el Sr. González que es
inocente de peculado, contesta a su oponente: Usted debería estar callado porque es un bígamo y evasor de impuestos.
Luego sigue un cruce de insultos y la discusión sobre el peculado queda
intocada. Nunca fue tanta verdad lo de Antonio Machado: de diez cabezas españolas, una piensa y nueve embisten.
Los políticos, especialmente los de
origen popular, creen que la vida en democracia les da derecho para hacer
cualquier cosa (decir lo que quiera, manifestarse en las calles, pegar a
policías, tirar piedras, romper vidrieras, incendiar carros; si alguien les
reclama, ponen el grito en el cielo porque, en cambio, no reconocen ninguna
obligación.
Casi todos los ecuatorianos evaden
impuestos, porque no han formado conciencia de que sin los impuestos el
Gobierno de turno no puede cumplir sus obligaciones de buscar el bien común de
los ciudadanos. Además, el bien común le importa poco, si se ha ahorrado un
poco de dinero. El ecuatoriano no es solidario. No hay una sola organización
corporativa en que el 100% de los miembros pague sus contribuciones: este es el
cáncer de la propiedad horizontal, cooperativas, comités de vivienda,
sociedades, corporaciones de toda índole. En nuestra organización barrial que
conozco (donde las cuotas a pagar son muy bajas) un 60% de los vecinos está en
mora: un médico dice que no paga porque «se
malgasta el dinero»; un abogado alega que no paga porque a él no le
benefician las prestaciones de la Directiva; otro dice con frescura que a él «no le da la gana».
Lo dicho no es más que la
descripción de la enfermedad. ¿De dónde o cómo se ha formado esta
idiosincrasia? ¿Este mal puede tener una cura? Dos preguntas de difícil
respuesta. Muy complejo encontrar la causa verdadera.
La causa podría estar en: la raza,
la educación, nivel cultural, medio social; o en fin, medio geográfico, el
clima, la altitud, presión atmosférica, la religión. (Giovanni Papini gran
intelectual italiano de comienzos del s.20 sostenía como un reto, ante el mundo
entero, que la zona tórrida del mundo físico, como Colombia, Ecuador,
Venezuela, jamás podrían producir un genio humano en ninguna de las áreas.)
No hay ningún estudio serio cuyas
conclusiones pudieran dar luz en este túnel. Mi hija, Verito, dice que algunos
piensan que es la religión católica difundida en toda Iberoamérica. La
demostración «a contrario» estaría en
los efectos diferentes que se ven en USA, Canadá, el Reino Unido, Alemania.
Este argumento no parece probatorio. Pero el hecho de que toda Hispanoamérica
haya criado gente subdesarrollada, con una parecida idiosincrasia, demostraría
–eso sí– que la religión de los hispanos en Sudamérica no ha sido factor
determinante para impedir, en sus practicantes, conductas permisivas y
mediocres.
Claro que este mismo hecho podría
demostrar que la religión católica de los hispanos es solo un remedo de
religión católica y esto nadie podría ponerlo en duda. ¿Qué es lo que
demuestra? Hacen falta antropólogos, filósofos y sociólogos de nota, pero no
los sociólogos “vagos” a los que se refería Febres Cordero.
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