EL MATRIMONIO

LA FAMILIA, HOY               15/noviembre/2015   JAN

1          FUNDACIÓN DEL MATRIMONIO

El Génesis nos cuenta que Dios dijo en el principio: no es conveniente que el hombre esté solo; hagámosle una compañera semejante a él; no la hizo de barro sino de la carne del costado de Adán; previamente a la cirugía divina, Dios infundió un sueño profundo a Adán y le sacó, del costado, un trozo de carne del que formó a la compañera; al presentarla a Adán, éste exclamó emocionado: «ésta sí es carne de mi carne y hueso de mis huesos; esta será llamada «hembra» porque del hombre fue sacada. Por eso el hombre deja a sus padres para unirse a una mujer, y son los dos una misma carne» (Gn 2,20ss).

¡Cuánto sentido y poesía hay en este relato del Génesis, uno de los libros sagrados de la literatura hebrea! Al hacerlos Dios el uno para el otro, diseñó el matrimonio y la familia sobre leyes naturales y no sobre reglas rebuscadas. Entre hombre y mujer, según esto, hay afinidad, complemento, atracción e identidad no solo de carnes sino de voluntades; los hijos, que vienen luego, nacidos del concurso de cuerpos y almas, son eslabones fortísimos para sellar la unión de los padres, con lo que continúa el milagro de la creación: ¡Qué sociedad tan perfecta salió del pensamiento y las manos de Yavé, desde el principio del tiempo!

El Génesis hebreo emparenta bien con la visión poética de Platón. Poeta y soñador de todos los tiempos, acudió a un mito para explicar la divina estructura con que fue creada la familia por el Zeus griego: el hombre había sido creado perfecto por los dioses–, como lo es la geometría de una esfera; esa extrema perfección llevó al hombre al engreimiento, lo que enojó a Zeus quien, para restablecer el equilibrio primitivo, tomó una espada y partió por la mitad a la esfera  que –desde entonces– quedó convertida en dos hemisferios; así el hombre quedó sentenciado a buscar con fuerza cósmica su otra mitad; esa fuerza es el amor cuyo destino maravilloso es reconstruir la esfera perfecta. ¡Arquitectura divina la de Platón! Pero es indispensable que, a base de amor, la búsqueda de la otra mitad logre encontrar el hemisferio que le ha sido asignado a cada uno desde siempre por los dioses; si no lo hace, el diseño de la arquitectura divina no podrá ser llevado a buen término.

¡Pues bien, ya está todo hecho! No falta nada para que cada hombre busque a su hembra que es su propio hemisferio, que la encuentre y que comience en el mundo la vida de amor y felicidad.

2    EL MATRIMONIO QUE CELEBRAMOS HACE 50 AÑOS

El que celebraba cualquier hijo de vecino, el que celebramos Lucita y yo (1967) era un matrimonio «hasta que la muerte nos separe»; dicho con otras palabras, en el matrimonio de entonces, al mismo tiempo que hacíamos votos solemnes de compromiso para toda la vida ante la asamblea cristiana, quemábamos nuestras naves, como Hernán Cortez para cortarnos cualquier retirada al mar proceloso de la defección y egoísmo.

Pero hoy las cosas no son así. No hay un compromiso que enlace férreamente a la pareja, aunque se hayan hecho votos de amor «hasta que la muerte nos separe». Han hablado de labios afuera. Lo más grave es –creo– que hoy no hay o es muy raro el matrimonios por amor sino por atractivo erótico o por interés. Alvin Toffler en su libro «El shock del futuro» nos dice en 1971 que en el matrimonio del futuro «hay pocas probabilidades para el amor». El erotismo  –que busca el placer sexual– es un impulso pasajero que, una vez satisfecho, deja de tener fuerza y desaparece; por lo mismo no puede ser fundamento del matrimonio cristiano que implica amor para toda la vida.

El amor es un impulso ferviente hacia otra persona, para procurar, no el bien personal, sino el de la otra persona. Exige en los cónyuges, amor y renuncia del egoísmo; así, el amor es todo lo contrario del erotismo. Sin renuncia, el egoísmo se impone y rompe toda atadura. Los matrimonios hoy día duran pocos años, con frecuencia solo meses; se han convertidos en una orgía de veleidades; ¡qué pena, el mundo de hoy está haciendo de la hermosa institución matrimonial un trapo viejo para limpiar la miseria! ¿Quiere decir que la arquitectura del matrimonio «hasta que la muerte nos separe» –que el Dios hebreo trazó en el paraíso– cojeaba de alguna pata, o no fue hecho para siempre?

3    LO CONFIRMAN LAS ESTADÍSTICAS

Las estadísticas de diversos países en el mundo (Europa, América, Asia) nos permiten hacer las siguientes afirmaciones:

a.    Respecto de las parejas españolas que se han prometido amor eterno, las estadísticas establecen que los divorcios aumentan a mayor velocidad que el número de bodas.

b.    Los datos oficiales indican también que uno de cada cinco divorcios (el 20%) se produce entre parejas que llevan casadas menos de cinco años, y casi el 27% entre parejas de 20 años o más.

c.    Las cifras españolas, que pueden ser perfectamente equiparables a las registradas en países occidentales, revelan que perdura la crisis del matrimonio, que se mantiene por inercia antropológica, pero que cada vez es más cuestionado por numerosos grupos. Los que han escarmentado en la experiencia matrimonial negativa prefieren una soledad tranquila a un infierno compartido.

d.    Italia es uno de los países a los que golpea con más fuerza esta crisis, de acuerdo con las últimas estadísticas que revelan un divorcio cada cuatro minutos y una disminución del 32,4% en las bodas de estos últimos 30 años, mientras en la última década (2000–2010)  los divorcios aumentaron un 66%; la mayoría de las rupturas tuvieron lugar entre el tercero y quinto año de matrimonio.

e.    Detrás de las cifras, el matrimonio suele revelarse como un elemento oficial extraño al amor, que incluso atenta contra su pureza. Cuando desaparece la pasión y el deseo sexual se entenderá el por qué de tanto fracaso de vida legal en común.

f.     Los psicólogos advierten de que un matrimonio basado sólo en el amor erótico es una relación de alto riesgo que antes o después lleva al divorcio. Los expertos precisan que una relación basada exclusivamente en este tipo de amor siempre termina en fracaso porque tarde o temprano se descubren cualidades de la pareja que “no eran lo que pensábamos.”

g.    El filósofo danés Soren Kierkegaard (1813-1855), precursor del existencialismo, ya nos previno de que "el desprecio moderno del matrimonio está motivado por el temor a que pueda llegar un momento en el que se pierda el gozo del momento presente. Así, la unión queda neutralizada por la cobardía y el egoísmo".

h.    Finalmente, una cifra individualizada para Ecuador: en 2010 los divorcios fueron el 25%, o sea, de cinco matrimonios, un divorcio.

4     ¿QUÉ PASÓ CON EL AMOR?

La estadística anterior son cifras conservadoras. Los comentarios que se hacen sobre las cifras (de e. hasta h.) vamos a pasar por alto, no porque les quitemos la razón que puedan tener, sino porque determinar las causas que han producido crisis tan profunda en el matrimonio es un esfuerzo extraordinariamente complejo.

Pero lo que sí se evidencia es que: el matrimonio (no solo el sacramento de la Iglesia Católica, sino aun el matrimonio civil de las naciones), ya no es lo que fue hasta hace más o menos 30 o 50 años. En concreto, la perseverancia en la vida matrimonial y más su indisolubilidad son hechos que resultan extravagantes en la sociedad de hoy. ¿Cómo pudo cambiar tanto la persona, la sociedad, la moral y las creencias religiosas?

5     UNA MUESTRA DEL MATRIMONIO CATÓLICO

a.    Antecedentes

Dios pudo crear la especie humana con individuos asexuados, como los ángeles o el mundo microbiológico. Pero no lo quiso así: hombre y mujer salieron de sus manos, iguales pero diferentes. Es el estilo de Dios que nos deleita con los contrastes. Hombre y mujer específicamente iguales: vaya, que el propio Adán lo reconoció cuando, al ver por primera vez a Eva, exclamó boquiabierto: “Esta sí que es carne de mi carne y hueso de mis huesos…”.  ¡Qué confesión más emocionada de la igualdad!

Sin embargo, personalmente muy diferentes entre sí: Adán lo notó a poco de convivir con su compañera: la voz de ella, su pelo, sus caderas, su piel…imberbe. A Eva no le gustaba mucho labrar la tierra, pero disfrutaba cuidando el jardín. Tampoco disfrutaba, como Adán, en la cacería de animales sino, más bien, en la crianza de los cachorritos que quedaban sin madre. No le agradaba mucho construir los senderos y puentes del paraíso, pero en cambio se pasaba horas de horas adornando la cabaña en que vivían. Por lo demás, Adán sentía una atracción indescriptible por su compañera, y ésta nada quería tanto como estar junto a Adán.  ¡Diferencias evidentes: físicas, orgánicas, funcionales y sicológicas!

Según la teleología (ciencia de los fines), cada una de las cosas que existen tiene una finalidad. Dios y la Naturaleza no hacen las cosas sin un porqué. La diferente constitución de hombre y mujer los destina a funciones también diferentes y complementarias, a despecho de lo que puedan decir las feministas; por añadidura, siente el uno por el otro una atracción instintiva y fatal.  Una fuerza les impulsa a vivir juntos, bajo un mismo techo. Entre ambos la vida es un cóncavo y convexo. Parecería que fueron hechos el uno para el otro. ¡Es obvio que en este trasfondo  y desde el comienzo del tiempo, estaba diseñado ya el matrimonio y la familia!

b.    La esencia del matrimonio cristiano

Por eso el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC Nº 337) dice que Dios, al crear “al hombre y a la mujer, los ha llamado en el matrimonio a una íntima comunión de vida y amor entre ellos de manera que ya no son dos, sino una sola carne” (Mt 19,6). “Al bendecirlos, Dios les dijo: creced y multiplicaos” (Gn 1,28).

La “íntima comunión de vida y amor” es mucho más que la unión con pega de brujita. Es la unión entre dos personas, no solo de los cuerpos sino de las voluntades, las mentes y las almas. La humanidad soñó siempre con esta unión ideal: el judío Moisés, hace 3.500 años, rebuscando en su cabeza, optó por esta fuerte imagen: esta unión es la que hace de dos personas una sola carne (Gn 2,24). La visión poética de Platón (hace 2.400 años) concebía a hombre y mujer como dos hemisferios, separados por la escisión de la esfera, hemisferios que se buscan fatalmente para reconstruir la esfera perfecta. Según San Pablo, el teólogo, esta comunión es como la unión de los miembros de un mismo cuerpo (1Co 12,12). La primitiva Iglesia nos dijo que esta unión hace de dos personas “un solo corazón y una sola alma” (He 4,32).

Todas estas imágenes hablan de lo mismo: de una comunión que funde a dos personas en una sola. Este es el contenido del matrimonio cristiano, según el CIC. Ahora bien, sólo el amor trascendental entre los esposos –el amor genuino que consiste en darse recíprocamente–  puede convertir en realidad esta comunión increíble.

c.    Los fines del matrimonio

¿Para qué todo este mundo maravilloso? Para conseguir metas también maravillosas, para el individuo y la sociedad, que son -según el No 1660 del CIC-  el bien de los cónyuges y la generación y educación de los hijos.

Al hablar del bien de los cónyuges no queda excluido ninguno: se trata de lograr no sólo el bienestar de los cónyuges sino de cuanto promueva su crecimiento, desarrollo, satisfacción interior de orden físico, orgánico, sicológico, espiritual, económico. Por lo demás, este bien que debe buscar la pareja en el matrimonio nada tiene de personalista, pues cada uno se compromete a buscar el bien de su pareja. No hay aquí cabida para el egoísmo, ruina de toda sociedad.

Si los cónyuges se sienten completos como la esfera de Platón, si su amor hace que su unión sea indestructible, la procreación de los hijos -segunda meta del matrimonio- llega a ser una necesidad natural. Los hijos, dice el Concilio, [1] son ciertamente el don más excelente del matrimonio y contribuyen mucho al bien de sus mismos padres. El mismo Dios que dijo: no es bueno que el hombre esté solo (Gn 2,18) y que hizo a la humanidad, varón y mujer (Mt 19,4), bendijo al varón y a la mujer diciendo: creced y multiplicaos (Gn 1,28). Así, los hijos en el matrimonio son como las flores en el rosal.

La educación de los hijos es como la segunda etapa de la procreación; ésta quedaría trunca sin la educación (crianza, educación, formación orgánica, intelectual y espiritual). Los padres son los primeros y principales educadores de sus hijos. En este sentido la tarea fundamental del matrimonio y la familia es estar al servicio de la vida (CIC Nº 1653). Nótese, entonces, cómo el matrimonio sirve no solo a los cónyuges y a los hijos sino a la sociedad, resultante de la reunión de familias.

d.    El sacramento:

El matrimonio cristiano es un contrato, pero un contrato en que las partes no se obligan a entregar una casa y a cambio recibir un precio, o a brindar un espectáculo y cobrar una entrada. Es un contrato singular: entre un hombre y una mujer que se obligan -así de simple- ¡a amarse recíprocamente durante toda la vida! Pero hay todavía mucho más: como nos lo dice el CIC, Nº 1642: “Entre bautizados el matrimonio ha sido elevado por Cristo Señor a la dignidad de sacramento” ¡Qué originalidad y bondad la de Cristo Jesús, que haya hecho de un contrato entre dos personas, nada menos que un sacramento! Sacramento, porque es un instrumento sensible por el que se nos da una gracia de Dios específica, para cumplir los propósitos del matrimonio que nos permitan relizar, si no un paraíso en la tierra, al menos una sociedad humana feliz …

Así se explica que Tertuliano, escritor romano de comienzos del siglo II, exclamara, como fuera de sí: “¿De dónde voy a sacar la fuerza para describir de manera satisfactoria la dicha del matrimonio que celebra la Iglesia? ¡Qué matrimonio el de dos cristianos, unidos por una sola esperanza, un solo deseo, una sola disciplina, el mismo servicio! Los dos, hijos de un mismo Padre, servidores de un mismo Señor. Nada los separa, ni en el espíritu ni en la carne; al contrario son verdaderamente dos en una carne. Donde la carne es una, también es uno el espíritu…”.

Las novedades que nos trae este sacramento son dos: (i) que restablece el orden original del matrimonio querido por Dios y (ii) otorga la gracia para cumplir las obligaciones que los esposos contraen.

En cuanto a la primera novedad, la estudiaremos más adelante. Por lo que hace a la segunda, se trata de una gracia especial que otorga el sacramento para practicar diariamente aquella comunión de vida y amor dentro del matrimonio. ¿Para esto hace falta gracia? Sí, y mucha: realizar la  comunión de vida y amor supone renuncia diaria de nuestros personales apetitos, y el egoísmo no admite renuncias. Los sacramentos son eficaces y operan con certeza porque es Cristo quien actúa en ellos. Sin embargo, los frutos de los sacramentos dependen también de la buena disposición de quien los recibe.

¡Tantos matrimonios cristianos que fracasan! ¿Es que la gracia de Cristo Jesús no fue eficaz? La gracia estuvo ahí dispuesta a operar. Pero si falta receptividad espiritual de los cónyuges mediante una vida cristiana verdadera, la gracia no opera. Es como el sol, que no puede vivificar al mundo de la biósfera, si hay una nube espesa que se interponga. Es que la generalidad de los cónyuges no viven la fuerza espiritual de su matrimonio, no tienen idea clara de lo que es un sacramento; no viven lo que realmente sucedió el día en que, frente al altar y al sacerdote, se prometieron ante la Iglesia, amor entrañable “hasta que la muerte los separe”.

El aturdimiento de los preparativos del matrimonio (que se ha convertido hoy por encima de todo en una fiesta social) y la novedad e ilusión del paso que van a dar no deja a los novios, por desgracia, espacio mental para lo principal, ni para sacar provecho del curso prematrimonial.

e.    ¿Qué cosas produce el matrimonio?

    Cuando los novios se dan recíprocamente el consentimiento, se crea primero un vínculo entre los novios puesto que se ha obligado el uno frente al otro. Vínculo no solo jurídico, como en el matrimonio civil, sino humano, espiritual y sobrenatural. Es Dios mismo quien sella este compromiso sacramental. Este vínculo es, además, indestructible y exclusivo, es decir, para toda la vida de los cónyuges y excluyente de toda otra unión matrimonial.

Otra cosa importante que produce el matrimonio es la indisolubilidad del matrimonio celebrado y consumado entre bautizados: Cristo Jesús enseña sin tapujos que, según el designio original divino, la unión matrimonial es indisoluble: lo que Dios ha unido no lo separe el hombre (Mc 10,9; CCIC 338 y 1644). Vale la pena que en esta materia, tan crítica hoy, de la indisolubilidad del matrimonio, se lean con atención los textos claves de Gn 1,27 y 2,18-24; Mc 10, 11-12; Lc 16, 18 y 1Co 7,10-16 que se hallan en TEXTOS BÍBLICOS SOBRE MATRIMONIO, que se adjunta como Anexo II.

En los tiempos que corren, cargados de hedonismo y globalización, este discurso parecerá duro de aceptar: ¿Cómo oponerlo a la avalancha de divorcios en todo el mundo? Es que hay verdades que están por encima del tiempo, las costumbres y la moda, y permanecen para siempre: nótese que la indisolubilidad del matrimonio nace de la palabra de Cristo y del amor definitivo que se prometieron los esposos, y del sello puesto por el mismo Dios sobre el compromiso de los contrayentes.

Por último, algo muy destacable que produce el acto del matrimonio-sacramento es la gracia especial que otorga a los esposos para perfeccionar su amor conyugal, fortalecer su unidad indisoluble y acoger y educar a los hijos (CIC Nº 1641). Sin esta asistencia especial de Dios y la actitud adecuada de los esposos para recibirla, será muy difícil que el matrimonio cumpla los propósitos que le fijó Cristo Jesús al instituirlo; por ende, será muy difícil que el matrimonio pueda ni siquiera parecerse a un paraíso en la tierra. (Véase CIC 1642).

f.     Consentimiento matrimonial, CCIC Nº 344:

Tiene especial importancia este tema: porque el consentimiento es un acto insustituible que hace el matrimonio mismo; además, el contenido de este consentimiento nos revela la profundidad del compromiso que contraen los esposos. En efecto, el compromiso consiste:

    (i)    Es una entrega mutua y definitiva: que abarca voluntad, mente y alma; este amor engloba al “eros” y al espíritu; es la entrega recíproca del más íntimo yo. Por ser esta entrega total, debe durar “hasta que la muerte nos separe”.

    (ii)    ¿Qué finalidad persigue esta entrega? Vivir una alianza de amor fiel y fecundo: esta alianza es singular y única en la vida de un individuo, por el que las partes se obligan a amarse recíprocamente. Es obligación de todo cristiano amar a su pójimo. ¡Pero los esposos se obligan entre sí, a un amor más vital e indestructible por este sacramento!

    (iii)    En fin, este amor debe ser fiel y fecundo: fiel, porque excluye a un tercero dentro de esta unión. Fecundo, porque este amor enriquece humanamente a los amantes y los hace crecer; los hijos que vendrán son la consecuencia de la unidad y, al mismo tiempo, producen más unidad en sus padres.

g.    Otros aspectos destacables

En el sacramento del matrimonio los novios juegan un papel protagónico: al darse recíprocamente el consentimiento, los esposos, como ministros de la gracia de Cristo, se confieren mutuamente el sacramento del matrimonio. En otras palabras, no sólo que reciben el sacramento sino que lo producen y se confieren a sí mismos la gracia propia de este sacramento. ¡No podía ser en otra forma, si por el matrimonio cristiano los dos contrayentes se convierten en una sola carne. Pensemos en esto: ¡si todo «prójimo» debe ser objeto de mi amor, cuánto más este prójimo que desde ahora se ha convertido en uno solo conmigo!

Sin embargo de la hermosura de la unión matrimonial, el matrimonio tiene enemigos poderosos. El principal es la pérdida de la comunión de vida y amor entre marido y mujer. Si no hay esta unión de cuerpos y almas, poco se puede esperar del sacramento. A su vez la comunión entre hombre y mujer se rompe cuando la vida cristiana baja de nivel; o sea cuando se ha perdido la comunión con Dios y con Jesucristo. Al perderse esta comunión de vida y amor entre esposos, el egoísmo vence al amor y entra la discordia e infidelidad. Comienza el descalabro. Benedicto XVI recalca en esta idea en la encíclica Deus Caritas Est: el amor verdadero en el matrimonio exige renuncia del ego, y ello no será posible sin la praxis diaria de la vida cristiana de ambos cónyuges…

Una palabra sobre la separación física de los esposos (CCIC 348): La Iglesia admite la separación física de los esposos cuando la convivencia se ha hecho imposible. Pero no admite que, mientras viva el otro cónyuge, los cónyuges separados puedan contraer una nueva unión con terceros, a menos que el matrimonio entre ellos sea nulo y haya sido declarado así por la autoridad eclesiástica.

6     LA FAMILIA CRISTIANA

Los cónyuges de ayer son padres hoy. Y los hijos son la corona de oro del matrimonio. Padres e hijos han formado la familia, que es una mini sociedad maravillosa en la que solo rige la ley del amor, reflejo de aquella otra sociedad divina que es la Trinidad de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, cuya esencia ontológica es el amor.

Llegada la plenitud de los tiempos, cuando el Verbo de Dios decidió bajar a este mundo para salvar a la humanidad toda, (lo que hubiera podido hacer de diversas maneras) eligió hacerse también hombre, entrando en el seno de una Virgen, escogida y llena de gracia, María, de la que, por obra del Espíritu Santo, nació el Verbo de Dios hecho hombre, para cumplir su misión en este mundo; la Virgen María estaba desposada con José, un hombre justo descendiente de David. ¡Nuevamente una familia! Si Dios quiso nacer dentro de una familia, es por que lo que más convenía al Verbo de Dios era el recinto amoroso de una familia de la tierra.

Los miembros de esta familia no hicieron otra cosa en el mundo que amarse entre sí, sin condiciones: José amó entrañablemente a su esposa María y a su hijo adoptivo Jesús, y se preocupó de buscar su bienestar y especialmente de salvar la vida de su hijo, amenazada por peligros y contradicciones. María por su parte se puso siempre al servicio de su hijo Jesús y de su esposo José; y Jesús, que era el centro de los afectos de sus padres, vivió en Nazaret con ellos y les estuvo sujeto. Era una familia convertida en cielo, a pesar de los problemas que tiene que afrontar toda familia.

Que Jesús, José y María nos ayuden a hacer, de la familia a la que pertenecemos, un cielo en la tierra. Que ayuden a la familia de hoy y especialmente a los cónyuges, a superar los egoísmos y los conflictos que amenazan con destruirla en el munto entero.

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