Gonzalo Zaldumbide es quizá, dentro de la literatura patria, el más
destacado por su estilo castizo, elegante y suelto, que ha logrado la difícil tarea, en muchos
pasajes de su novela, de realizar verdadera poesía en prosa. Mas allá del
estilo, la Egloga tiene profundos valores humanos y filosóficos, que hacen de
su autor uno como águila real de nuestras letras. La edición de la Egloga está
prologada por el jesuita Padre Miguel
Sánchez Astudillo, que por coincidencia fue profesor mío de literatura en
el Colegio Loyola, a quien yo respetaba mucho. Por ello lo que sigue no es más
que un resumen de su Prólogo.
El autor del
Prólogo, él mismo un destacado escritor y poeta, es un crítico literario muy
competente y, en este caso particular, un admirador sin fronteras de Gonzalo
Zaldumbide. Su análisis literario trabaja sobre:
1) El estilo: valor extraordinario de la
Egloga. La impresión de conjunto es ante todo la de una densidad artística
absolutamente excepcional. Sería interesante –si es que fuera posible– hacer en
la obras de arte uno como análisis químico que nos diera el peso específico de
cada obra, el coeficiente exacto de su cuantía estética. Apóstrofe: su Egloga
durará, como ha de durar todo lo suyo y –para decir completo– su Egloga durará
más aun que sus otras producciones…
2) Más allá del estilo: «Zaldumbide es un autor que vive
primordialmente la fruición de su humanidad elemental. Temperamento
singularmente fáustico, dijérase que de todos sus poros se está incesantemente
exhalando la final cantinela de la conversión al hombre puro: Un hombre solo, ser un hombre ».
3) Dualidad, el Eros Cósmico: concepción
dualista del amor: en la Egloga se destacan con vigor decisivo, pero por
separado, dos aspectos irreductibles o que no han llegado aún a una síntesis:
por un lado el amor como espantosa fuerza cósmica, más telúrica que biológica;
un aliento fatal y ciego, como los ciclones; con empuje salvaje, avanza en
ineluctable delirio contaminándolo todo. Los antiguos habían sentido también la
realidad dominadora de este rito tremento, pero no separaron jamás el amor de
su trascendencia intrínseca que es la fecundación perpetuadora; y estaba
reservado a nuestra Egloga el hallazgo ambiguo de esta disociación. Así es el
amor en la Egloga antes de la aparición de Marta, que habrá de cambiarlo todo
después.
i.
El problema de la unidad:
la obra consta de dos jornadas, indudablemente eglógica la primera,
exclusivamente trágica la segunda. Desde la « Primera visita a Marta » el libro
se bifurca irreparablemente. La acción anterior continúa durante breves páginas
y desaparece luego para dejar su sitio a la segunda acción que introduce un
nevo argumento y ¡sobre todo! ¡sobre todo! Un espíritu nuevo, más hondo y
consciente, más despierto y humano. Hombre nuevo representante de una inmensa
tragedia, en que el amor aparece ya por fin como una verdadera fuerza
antropológica, sustancialmente pacificadora.
ii
La segunda pieza: Estoy
refirièndome al drama Juan José–Marta–Segismundo. He dicho bastante como para
que no pueda dudarse de la admiración, del progresivo asombro que me fue
poseyendo ante la Egloga; hasta el planteamiento de este drama me había
conservado señor de mi mismo, pero ahora todo cambió de súbito. Nunca lo
olvidaré. Segismundo estaba allí, tal como lo había hecho su hacedor: producto
híbrido, mitad realidad y mitad sueño, pero respirando verdad y angustia
“superviviente de sí mismo”. Ante él estaba Marta, vaporosa en el sopor matinal
de su convalecencia yacente, “estatua de sí misma”. Y en el abismo del fondo,
la silueta doliente, ayer poderosa, de Juan José “sombra de sí mismo”. Y los
sentí a los tres, seres vivos en la vida sin muerte. Y sobre todo me anonadó su
tragedia, auténtica tragedia vaciada en los más viejos troqueles milenarios:
dolor sin remedio, insoluble conflicto, total “aporia”sin más salida que las
heladas aguas del funeral estanque. Tema de proporciones shakespirianas: dos
vidas que se reclaman; una tercera vida, queridísima para ambos, que se
interpone entre ellos, sin siquiera la disyuntiva “o tú o yo”sino con la
sentencia “ni tú ni yo”.
iii Una
sugestión: Dos cosas hacen de un drama una tarea ardua y temerosa:
invención de un nudo con su desenlace, y la caracterización actuosa –no
narrativa– de los personajes: ambas cosas lastenemos ya –y a qué altura– en el
caso presente; lo único que falta es distribuir esa materia en escenas de
diálogo. Hasta la disposición tetrapartita en actos está ya dibujada: Marta,
Cielo nublado, El dilema, El lamento. Empresa digna de Gonzalo Zaldumbide. ¿Se
lanzará usted a ella, querido maestro?
iv Tristeza
de la Egloga: No es una tragedia simple; es tragedia múltiple; colección
de tragedias: Mariucha, la dulce indiecita inmolada, es tragedia; don Gerónimo
es una tragedia; doña Dolores, la exmujer que una vez amó; Mama Chana, el
longuito del mayordomo, la vieja india loca, los peones embrutecidos; esa
comparsa miserable que puebla la Egloga con sus muecas de lloros y risas
estólidas…La tierra misma parece contagiarse de su tristeza y gime con ellos en
una agonía sin aurora. No obtante, ninguna es la verdadera tragedía sino la del
alma que dio la vida a la obra lanzándola al espacio como una proyección
dolorosa del propio ser, lacerado con pesadumbre de interior desconcierto,
hermetizado en su invisible torre de soledad.
v
Etiología: ¿Cuál puede ser
la causa de esta actitud sombría, que hace imposible la unidad interior,
exigencia inapagable de toda alma consciente? De dónde nacen todas las
negatividades profundas de los hombres: de la percepción aguda de los problemas
radicales y de la no-percepción de una solución satisfactoria. ¿Por qué esta
hambre de placer que nos atormenta? –pregunta en todas sus páginas la Egloga–
¿Por qué el amor y por qué el odio; por qué la vida y por qué la muerte? Y el
silencio replica que la muerte es un misterio tan grande como la vida, tan
superfluo y absurdo como ella.
3) Apóstrofe final: dirigido al misterio de
la vida y de la muerte. La Egloga es un gran testimonio: nada llama tanto a la
luz como la sombra ansiosa. Nada anhela por la verdad tanto como la
incetidumbre. Felices quienes conocemos quién es la Luz subsistente; los que
sabemos que el Camino, la Verdad y la Vida tienen un nombre propio, único y
adorable: Jesús. Mi alegría es
adivinar que el hombre a quien admiro se va acercando a El, con la seguridad
tranquila “sin prisa, pero sin descanso” con que el astro avanza hacia su meta,
que decía Goethe.
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