LA ÉGLOGA TRÁGICA

LIBRO LEIDO, LA EGLOGA TRAGICA            9/mayo/2016   JAN

Gonzalo Zaldumbide es quizá, dentro de la literatura patria, el más destacado por su estilo castizo, elegante y suelto,  que ha logrado la difícil tarea, en muchos pasajes de su novela, de realizar verdadera poesía en prosa. Mas allá del estilo, la Egloga tiene profundos valores humanos y filosóficos, que hacen de su autor uno como águila real de nuestras letras. La edición de la Egloga está prologada por el jesuita Padre Miguel Sánchez Astudillo, que por coincidencia fue profesor mío de literatura en el Colegio Loyola, a quien yo respetaba mucho. Por ello lo que sigue no es más que un resumen de su Prólogo.

El autor del Prólogo, él mismo un destacado escritor y poeta, es un crítico literario muy competente y, en este caso particular, un admirador sin fronteras de Gonzalo Zaldumbide. Su análisis literario trabaja sobre:
 
1) El estilo: valor extraordinario de la Egloga. La impresión de conjunto es ante todo la de una densidad artística absolutamente excepcional. Sería interesante –si es que fuera posible– hacer en la obras de arte uno como análisis químico que nos diera el peso específico de cada obra, el coeficiente exacto de su cuantía estética. Apóstrofe: su Egloga durará, como ha de durar todo lo suyo y –para decir completo– su Egloga durará más aun que sus otras producciones…

2) Más allá del estilo:   «Zaldumbide es un autor que vive primordialmente la fruición de su humanidad elemental. Temperamento singularmente fáustico, dijérase que de todos sus poros se está incesantemente exhalando la final cantinela de la conversión al hombre puro: Un hombre solo, ser un hombre ».
 
3) Dualidad, el Eros Cósmico: concepción dualista del amor: en la Egloga se destacan con vigor decisivo, pero por separado, dos aspectos irreductibles o que no han llegado aún a una síntesis: por un lado el amor como espantosa fuerza cósmica, más telúrica que biológica; un aliento fatal y ciego, como los ciclones; con empuje salvaje, avanza en ineluctable delirio contaminándolo todo. Los antiguos habían sentido también la realidad dominadora de este rito tremento, pero no separaron jamás el amor de su trascendencia intrínseca que es la fecundación perpetuadora; y estaba reservado a nuestra Egloga el hallazgo ambiguo de esta disociación. Así es el amor en la Egloga antes de la aparición de Marta, que habrá de cambiarlo todo después.

      i.   El problema de la unidad: la obra consta de dos jornadas, indudablemente eglógica la primera, exclusivamente trágica la segunda. Desde la « Primera visita a Marta » el libro se bifurca irreparablemente. La acción anterior continúa durante breves páginas y desaparece luego para dejar su sitio a la segunda acción que introduce un nevo argumento y ¡sobre todo! ¡sobre todo! Un espíritu nuevo, más hondo y consciente, más despierto y humano. Hombre nuevo representante de una inmensa tragedia, en que el amor aparece ya por fin como una verdadera fuerza antropológica, sustancialmente pacificadora.

    ii  La segunda pieza: Estoy refirièndome al drama Juan José–Marta–Segismundo. He dicho bastante como para que no pueda dudarse de la admiración, del progresivo asombro que me fue poseyendo ante la Egloga; hasta el planteamiento de este drama me había conservado señor de mi mismo, pero ahora todo cambió de súbito. Nunca lo olvidaré. Segismundo estaba allí, tal como lo había hecho su hacedor: producto híbrido, mitad realidad y mitad sueño, pero respirando verdad y angustia “superviviente de sí mismo”. Ante él estaba Marta, vaporosa en el sopor matinal de su convalecencia yacente, “estatua de sí misma”. Y en el abismo del fondo, la silueta doliente, ayer poderosa, de Juan José “sombra de sí mismo”. Y los sentí a los tres, seres vivos en la vida sin muerte. Y sobre todo me anonadó su tragedia, auténtica tragedia vaciada en los más viejos troqueles milenarios: dolor sin remedio, insoluble conflicto, total “aporia”sin más salida que las heladas aguas del funeral estanque. Tema de proporciones shakespirianas: dos vidas que se reclaman; una tercera vida, queridísima para ambos, que se interpone entre ellos, sin siquiera la disyuntiva “o tú o yo”sino con la sentencia “ni tú ni yo”.
 
      iii Una sugestión: Dos cosas hacen de un drama una tarea ardua y temerosa: invención de un nudo con su desenlace, y la caracterización actuosa –no narrativa– de los personajes: ambas cosas lastenemos ya –y a qué altura– en el caso presente; lo único que falta es distribuir esa materia en escenas de diálogo. Hasta la disposición tetrapartita en actos está ya dibujada: Marta, Cielo nublado, El dilema, El lamento. Empresa digna de Gonzalo Zaldumbide. ¿Se lanzará usted a ella, querido maestro?
 
     iv Tristeza de la Egloga: No es una tragedia simple; es tragedia múltiple; colección de tragedias: Mariucha, la dulce indiecita inmolada, es tragedia; don Gerónimo es una tragedia; doña Dolores, la exmujer que una vez amó; Mama Chana, el longuito del mayordomo, la vieja india loca, los peones embrutecidos; esa comparsa miserable que puebla la Egloga con sus muecas de lloros y risas estólidas…La tierra misma parece contagiarse de su tristeza y gime con ellos en una agonía sin aurora. No obtante, ninguna es la verdadera tragedía sino la del alma que dio la vida a la obra lanzándola al espacio como una proyección dolorosa del propio ser, lacerado con pesadumbre de interior desconcierto, hermetizado en su invisible torre de soledad.
 
     v  Etiología: ¿Cuál puede ser la causa de esta actitud sombría, que hace imposible la unidad interior, exigencia inapagable de toda alma consciente? De dónde nacen todas las negatividades profundas de los hombres: de la percepción aguda de los problemas radicales y de la no-percepción de una solución satisfactoria. ¿Por qué esta hambre de placer que nos atormenta? –pregunta en todas sus páginas la Egloga– ¿Por qué el amor y por qué el odio; por qué la vida y por qué la muerte? Y el silencio replica que la muerte es un misterio tan grande como la vida, tan superfluo y absurdo como ella.

3) Apóstrofe final: dirigido al misterio de la vida y de la muerte. La Egloga es un gran testimonio: nada llama tanto a la luz como la sombra ansiosa. Nada anhela por la verdad tanto como la incetidumbre. Felices quienes conocemos quién es la Luz subsistente; los que sabemos que el Camino, la Verdad y la Vida tienen un nombre propio, único y adorable: Jesús. Mi alegría es adivinar que el hombre a quien admiro se va acercando a El, con la seguridad tranquila “sin prisa, pero sin descanso” con que el astro avanza hacia su meta, que decía Goethe.
 

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